sábado, 11 de enero de 2014

LA CUENTA DEL CARNICERO

Ya durante la agonía del recientemente extinto Ariel Sharon tuvimos ocasión de asistir al desfile de gobernantes de todo el planeta expresando su pesar por el estado de salud del premier israelí y alabando sus presuntos esfuerzos a favor de la paz. Ante tal insólita metaformosis del agresivo halcón de otrora en pacífica paloma, vale la pena trazar un breve curriculum de dicho personaje: en los países anglosajones es común aludir a “the butcher’s bill” (“la cuenta del carnicero”) al realizar el recuento de muertos tras la batalla, y en el caso de Sharon dicha expresión se torna particularmente apropiada.
 
Nacido en 1928 de padres rusos emigrados a Palestina en 1922, Ariel Scheinerman (tal su verdadero apellido, que cambiaría debido a su resonancia excesivamente germánica) tuvo una precoz relación con la violencia: ya a la tierna edad de 14 años se alistó en las filas de la Haganah, organización paramilitar judía durante el mandato británico en Palestina. Una vez fundado el Estado de Israel en 1948, Sharon ingresó en el ejército y no tardó mucho tiempo antes de que consumara su primera hazaña bélica: en 1953 un destacamento bajo su mando (denominado “Unidad 101”) masacró en la aldea de Qibya a 69 civiles palestinos, mayormente mujeres y niños.

Sharon se destacaría durante las dos siguientes guerras iniciadas por Israel contra sus vecinos árabes: en 1956, cuando la terna Israel, Inglaterra y Francia agredió a Egipto con motivo de la nacionalización del canal de Suez, y en 1967, ocasión en la que, sin mediar declaración de guerra, Israel perpetró un “golpe preventivo” (eufemismo del cual otros ejemplos célebres son las invasiones de Rusia por parte de Hitler en 1941 y de Irak a manos de Bush en 2003) contra Siria, Jordania y Egipto, haciéndose de un botín consistente en los altos del Golán, el sector oriental de Jerusalén, Cisjordania, la franja de Gaza y la península del Sinaí. Pero fue en 1973, durante la Guerra de Yom-Kippur, que la popularidad de Sharon alcanzó su cenit al comandar las columnas blindadas israelíes que cruzaron el canal de Suez. Ello le valió en 1977 el cargo de ministro de Agricultura, desde el cual impulsó obstinadamente la construcción de asentamientos judíos en los territorios ocupados, en flagrante contravención de las resoluciones de las Naciones Unidas y la Convención de Ginebra.

En 1982 Sharon ocupaba el cargo de ministro de Defensa y fue uno de los principales responsables de la invasión del Líbano, llevada a cabo por 3.000 vehículos blindados y 80.000 soldados. Beirut, llamada “la París del mundo árabe”, sería reducida a escombros, y 18.000 civiles libaneses perderían la vida en el curso de dicha brutal agresión. 

Pero lo peor estaba por venir. Miles de civiles palestinos se hallaban confinados en los campos de refugiados de Sabra y Shatila, cuya custodia estaba encomendada a Israel. En la noche del 17 de septiembre de 1982 las tropas judías abrieron de par en par los portones y permitieron la irrupción de las milicias cristianas libanesas, quienes a la luz de los reflectores de las torres de vigilancia masacraron de forma bestial a más de tres mil seres humanos. A partir de entonces, Sharon sería conocido en el mundo árabe como “el carnicero de Sabra y Shatila”.

La repercusión mundial de tal abominable crimen forzó al gobierno israelí a destituir a Sharon, que había admitido su responsabilidad: durante los siguientes años el ex ministro aguardaría pacientemente su oportunidad de regresar a la primera línea de la política. La ocasión llegó en 2000, cuando Sharon visitó el templo de Jerusalén en un gesto que los palestinos interpretaron correctamente como una deliberada provocación. Estalló entonces la segunda Intifada, iniciándose entonces un terrible círculo vicioso de atentados suicidas palestinos seguidos por represalias por parte de las fuerzas armadas israelíes. Sharon se benefició entonces de su imagen de “duro” y al año siguiente fue elegido Primer Ministro, con lo cual pudo consumar su principal objetivo: sepultar el acuerdo de Oslo de 1993, por el cual Israel se había obligado a devolver Cisjordania y Gaza y aceptar la creación de un Estado palestino.

Sharon no tardó en satisfacer las expectativas que los sionistas más fanáticos habían depositado en él. Cada atentado fue respondido con represalias indiscriminadas cuya brutalidad es testimoniada por la cifra de muertos palestinos, que triplicaron holgadamente el número de víctimas de los atentados suicidas. La venganza incluyó también la demolición de las casas de los familiares de los kamikaze, a pesar de la encendida crítica por parte de grupos pacifistas y de derechos humanos israelíes contra tal inhumana medida. El extraordinario coraje civil de dichas agrupaciones honra al pueblo judío y constituye una de los escasos destellos de esperanza en este conflicto aparentemente sin fin.

Simultáneamente, el Primer Ministro israelí inició una serie de “eliminaciones selectivas”, cínico eufemismo que denomina el asesinato de sospechosos al margen de toda norma legal. Pero no sólo dichas personas fueron víctimas de dichas operaciones: también murieron centenares de civiles inocentes cuyo único crimen fue vivir en el mismo edificio que el “objetivo” o hallarse en las cercanías de su automóvil en el momento de impactar el misil fatídico. 

Cuando 14 soldados cayeron víctimas de una emboscada al irrumpir en el campo de refugiados de Jenín, Sharon dio rienda suelta a sus instintos más sanguinarios e hizo revivir los días de Sabra y Shatila: como venganza los tanques israelíes penetraron a sangre y fuego en el campamento, provocando según fuentes palestinas más de 500 víctimas. Tal terrible crimen fue coronado con la descarada prohibición de ingresar a Jenín a una comisión investigadora enviada por las Naciones Unidas: recién meses después, eliminadas ya las evidencias de la masacre, los subordinados del pusilánime Koffi Annan presentarían un simulacro de informe absolviendo a Israel, añadiendo un testimonio más de la inmoral inoperancia de la ONU.

El gobierno israelí completaría dichas matanzas con una serie de medidas que poco tienen que envidiar a las infames leyes de discriminación racial dictadas por los nazis: por ejemplo, el siniestro muro erigido en torno a (o mejor dicho dentro de) Cisjordania, que divide a aldeas y familias y despoja a los palestinos del 15 % de su ya diminuto territorio; y la aberrante prohibición a los palestinos de heredar tierras, con el fin de asignar dichos terrenos “sin dueño” a colonos judíos, muchos de los cuales son “desperados” oriundos de la ex Unión Soviética dispuestos a todo y empleados por Sharon como carne de cañón en la anexión de territorio palestino.

Si bien Sharon dispuso en 2005 el levantamiento de los minúsculos asentamientos judíos en la franja de Gaza, tal medida fue simplemente una muestra de realismo y distó de obedecer a la filantropía. En medio de una población palestina hostil, el mantenimiento de tales cabezas de puente era en relación coste-eficacia un capricho absurdo y oneroso para una economía jaqueada por la desaparición del turismo a raíz de la Intifada y el exorbitante presupuesto militar y que depende en gran medida de los 3.000 millones de dólares anuales girados por Estados Unidos. Calificar a Sharon de promotor de la paz por dicha medida es algo tan ridículo como atribuir la humillante retirada norteamericana de Vietnam al buen corazón del presidente Nixon…

Así concluye esta “cuenta del carnicero”. Como puede verse, Ariel Sharon no fue el estadista de amplia visión que sus panegiristas intentan presentar. No fue tampoco el arquitecto de la paz en Medio Oriente. Se trató en cambio de uno de los genocidas más infames de la historia contemporánea, y con su desaparición el mundo ha devenido en un lugar un poco más digno para vivir.

sábado, 5 de junio de 2010

LA GUERRA DE LOS SESENTA AÑOS (Mayo de 2008)

 
Puede decirse sin exagerar que la fundación del Estado de Israel en 1948 fue, por así decirlo, el Tratado de Versalles de la Segunda Guerra Mundial, con la particularidad de que esta vez la aplastante carga representada por las “reparaciones de guerra” no fue impuesta al bando perdedor sino a un tercero totalmente ajeno al conflicto. Y así como la arbitraria invención de la fantasmagórica “Ciudad Libre de Danzig” proporcionó pasto al nacionalsocialismo y fue una de las causas de la Segunda Guerra Mundial, así también la decisión de crear un Estado judío en Palestina pasando por encima del derecho de autodeterminación de la población local sembró las simientes del fundamentalismo islámico contemporáneo y dio origen a un conflicto que, con interrupciones, cumple hoy sesenta años de duración.
 
El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de las Naciones Unidas promulgó la Resolución 181, la cual asignaba el 56 % del territorio de Palestina al futuro Estado de Israel: una flagrante injusticia teniendo en cuenta que los colonos judíos representaban solamente un tercio de la población local y eran propietarios de apenas un 5,8 % de la tierra. Si la decisión de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial de materializar el ideal sionista -cuyo engañoso lema era “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”- a costa de la población nativa fue claramente ilegal (por ejemplo, la ONU se negó por motivos obvios a efectuar un plebiscito), dicha inmoralidad quedó empequeñecida por los brutales métodos empleados por las fuerzas paramilitares hebreas (Hagana, Palmach y especialmente los grupos terroristas Irgun y “Pandilla Stern”) a partir de diciembre de ese año. Tal como el prestigioso historiador israelí Ilan Pappe lo señala en su libro The Ethnic Cleansing of Palestine, la mal llamada “guerra de independencia” -dado que los británicos terminaron espontáneamente su mandato el 14 de mayo de 1948, las ulteriores operaciones bélicas de los sionistas no tuvieron como objetivo finalizar una dependencia ya caduca sino lisa y llanamente apoderarse de territorio árabe- implicó una despiadada limpieza étnica a fin de lograr un Estado judío “puro” (ya Theodor Herzl y los líderes sionistas que lo sucedieron habían rechazado tajantemente la sola idea de un Estado donde hebreos y árabes convivieran pacíficamente), en lo que constituye uno de los crímenes menos conocidos del siglo XX.
 
Entre las atrocidades cometidas se contó el asesinato de miles de civiles indefensos (de las 31 masacres confirmadas citemos únicamente las de Balad al-Shaykh, Sa’sa, Deir Yassin, Ayn al-Zaytun, Tantura, al-Lydd, Sadsaf, Hula, Saliha y Dawaymeh, en cada una de las cuales perecieron como mínimo 60 personas), la deportación de 800.000 seres humanos (solamente en Haifa y Jaffa fueron expulsados de sus hogares respectivamente 75.000 y 50.000 habitantes ante la pasividad cómplice de las tropas británicas) y la destrucción de 11 ciudades o vecindarios y 531 aldeas (en el transcurso de este urbicidio casas particulares, escuelas, mezquitas e incluso templos cristianos fueron sistemáticamente saqueados y dinamitados). Tales hechos no fueron en modo alguno accidentales sino que obedecieron fielmente a las directivas del Plan D o Dalet, promulgado el 10 de marzo de 1948 por David Ben-Gurion, futuro premier del Estado judío. Vale la pena citar un fragmento de dicho documento: “Estas operaciones deben ser ejecutadas de la siguiente manera: ya sea destruyendo poblaciones (incendiándolas, dinamitándolas y sembrando minas en los escombros) y especialmente aquellos centros poblacionales de difícil control permanente; o montando operaciones de rastrillado y control de acuerdo a las siguientes líneas de acción: rodeo de las poblaciones y realización de una razzia en las mismas. En caso de resistencia las fuerzas armadas deben ser exterminadas y la población expulsada fuera de las fronteras del Estado”. Las milicias sionistas no trepidaron incluso en contaminar el suministro de agua de Acre con gérmenes tifoideos, lo que fue confirmado por delegados de la Cruz Roja Internacional y médicos militares ingleses. Ante tal orgía de violencia, poco puede sorprender que la fundación del Estado de Israel, tan celebrada en Occidente, represente un trauma terrible en la historia palestina y sea conocida como Al-Nakba, es decir, “la Catástrofe”…
 
Al producirse la finalización oficial del conflicto, Israel se había apoderado de la mitad del territorio que la ONU asignara al Estado árabe y se hallaba así en posesión del 78 % de Palestina. El 85 % de la población árabe de lo que era ahora el Estado de Israel había devenido en refugiados: con la mayoría de los hombres confinados en campos de prisioneros, mujeres y niños habían quedado a merced del hambre y de epidemias de malaria, tifus, difteria y escorbuto. En un tardío gesto de arrepentimiento, el 4 de noviembre de 1948 la Asamblea General de la ONU promulgó la Resolución 194, que establecía el derecho de los refugiados a regresar a sus hogares: sin embargo, Israel jamás acataría dicha resolución y muchos de los sobrevivientes de la desarabización de Palestina languidecen aún hoy junto con sus descendientes en los campos de refugiados de Cisjordania y los países vecinos.
 
Así como Turquía aún no ha realizado un mea culpa por el genocidio cometido contra el pueblo armenio durante la Primera Guerra Mundial, así tampoco el Estado de Israel ha reconocido oficialmente los crímenes cometidos en 1948. Peor aún, dicha limpieza étnica es sistemáticamente negada por propagandistas incondicionales del sionismo (nombremos solamente al inefable Marcos Aguinis) esgrimiendo argumentos tan cínicamente absurdos como “Israel sólo se defendió de un intento árabe de provocar un segundo Holocausto” y “los palestinos abandonaron voluntariamente el país obedeciendo órdenes impartidas por la radio árabe”. El primer mito oculta deliberadamente el hecho de que Israel jamás corrió peligro de sucumbir (la superioridad de sus milicias en adiestramiento y armamento era aplastante) e invierte groseramente causa y consecuencia: la tardía e infructuosa intervención de los países árabes fue una reacción al terrorismo iniciado por los sionistas el 11 de diciembre de 1947 con la masacre de Tirat Haifa, es decir, cinco meses antes del estallido oficial del conflicto (antes del 15 de mayo de 1948 ni un solo soldado regular árabe ingresó a Palestina, a pesar de que para entonces más de 200 aldeas palestinas habían sido ocupadas y un cuarto de millón de personas deportadas). En cuanto a la segunda versión, ya a principios de los años ‘60 dos académicos (el inglés Erskine Childers y el palestino Walid Khalidi) la demolieron en forma contundente mediante la minuciosa revisión de las grabaciones de archivo de las estaciones de escucha norteamericanas y británicas en Cercano Oriente. Ello no impide que, en una época donde la negación de los genocidios judío y armenio está penada por la ley de varios países, la terrible limpieza étnica sufrida por el pueblo palestino a partir de 1948 continúe siendo puesta en duda con obscena impunidad.

sábado, 5 de diciembre de 2009

EL MITO DE "FESTUNG MALVINAS" (Abril de 2007)

Recientemente varios medios argentinos han resaltado el poderío de la base inglesa en las Malvinas, presentando al archipiélago como una fortaleza inexpugnable: basta sin embargo un somero análisis de dichas defensas para constatar que, a pesar de las declaraciones del oficial a cargo, las mismas serían insuficientes “para evitar que 1982 se repita”.
Los británicos cuentan con un total de 1.700 efectivos concentrados en Mount Pleasant, cifra que incluye al personal del aeropuerto y servicios tales como intendencia. La RAF está representada por cuatro Tornado F.3, que se verían ciertamente en apuros para poder contrarrestar a la treintena de cazabombarderos A-4AR Fighting Hawk (más contingentes menores de cazas Mirage 5P, Mirage IIIEA y Finger) de la Fuerza Aérea Argentina. La defensa aérea se basa principalmente en el misil Rapier, cuyo debut operacional en 1982 fue un auténtico fiasco: si bien la empresa British Aerospace, ávida por captar clientes, proclamó entonces con bombos y platillos que los 45 ejemplares lanzados habían obtenido 14 derribos confirmados y 6 probables, en realidad apenas tres misiles habrían alcanzado sus blancos (y sólo uno de ellos de forma fehaciente), arrojando así en el mejor de los casos un magro índice de eficacia de menos del 7 %. Finalmente, la flamante nave insignia de la flotilla kelper es el HMS Clyde, una embarcación de patrulla de 1.850 toneladas de desplazamiento armada con un cañón de 30 mm y dos ametralladoras: como comparación, señalemos que cada uno de los cuatro destructores alemanes MEKO 360 de la Armada Argentina (complementados por seis corbetas MEKO 140 y tres A69 francesas) desplaza prácticamente el doble que el Clyde y cuenta con un armamento integrado por un cañón polivalente de 127 mm, ocho cañones antiaéreos de 40 mm, otros tantos misiles antibuques MM 40 Exocet, un lanzador óctuple de misiles antiaéreos Albatros y seis tubos lanzatorpedos antisubmarinos.
Como puede verse, las fuerzas desplegadas por los británicos en las Malvinas son claramente insuficientes para impedir por sí solas una invasión en gran escala. ¿Tienen entonces dichos efectivos un valor meramente simbólico? Obviamente no. La presencia de la guarnición inglesa se limita a un objetivo concreto: asegurar la base de Mount Pleasant para posibilitar así el arribo de refuerzos por vía aérea. El equilibrio inicial así logrado se inclinaría tras un par de semanas inexorablemente a favor de Inglaterra con la llegada al teatro de operaciones de submarinos nucleares que impusieran un bloqueo marítimo y finalmente de una fuerza de tareas.
¿Pero cómo puede Inglaterra darse el lujo de reducir dichas fuerzas al mínimo imprescindible? En gran medida gracias a la pasividad del gobierno argentino. Por increíble que parezca, a casi cuatro años de haber asumido el poder el presidente Néstor Kirchner aún no ha presentado una estrategia coherente, realista y eficaz respecto a las Malvinas. El patagónico, de ordinario tan proclive a la retórica de barricada, ha revelado una llamativa indiferencia hacia uno de los principales temas de la política exterior argentina, tal como lo demostró con su inexcusable ausencia al acto por el 25° aniversario del conflicto de 1982. Los recientes anuncios de sus subalternos relativos a la prospección petrolera carecen de consecuencias prácticas y sólo parecen tener como meta las próximas elecciones: de hecho, ninguna presión concreta se ha hecho sobre Gran Bretaña para forzar a ésta a abandonar su intransigencia y forzarla a volver a la mesa de negociaciones. Mientras tanto, una estrafalaria ministra de Defensa impone a las Fuerzas Armadas absurdas hipótesis de conflicto centradas en la defensa (¿contra quién?) del Acuífero Guaraní: un resabio más de la trasnochada ideología setentista que impregna los actos del actual gobierno.
¿Constituye acaso este artículo una incitación a repetir los hechos de 1982? Parece innecesario aclarar que nadie en su sano juicio puede propiciar una reiteración de la desatinada aventura militar de un dictador que intentó manipular en provecho propio una causa legítima a costa de las vidas de centenares de argentinos. No: Argentina debe desplegar una sagaz política dual de “látigo y zanahoria”, adoptando la misma dureza que sus interlocutores en lo referido a las Malvinas pero mostrándose a la vez flexible y “cordial” en el resto de sus relaciones con Gran Bretaña, fomentando incluso las inversiones inglesas en nuestro país. Sería utópico pretender recuperar las Malvinas por la fuerza, pero no lo es forzar a Gran Bretaña a gastar dinero y nervios hasta un grado tal que obligue al gobierno inglés, disipado definitivamente el espejismo de la presunta riqueza petrolífera (una patraña urdida en la posguerra para revestir al archipiélago de un potencial económico espurio) y presionado por un eventual lobby pro-argentino de inversores británicos, a cuestionarse seriamente el sentido de mantener un remoto y diminuto enclave colonial con el exclusivo fin que 2.400 pelagatos puedan seguir practicando su afición por la cerveza, los dardos y las ovejas.
Para empezar, Argentina debería denegar el ingreso a su territorio a todo turista extranjero que luciera en su pasaporte el sello de las autoridades kelpers: tal restricción (similar a la practicada por Grecia contra la ilegal republiqueta montada por Turquía en el norte de Chipre) afectaría seriamente al turismo de las Malvinas, que actualmente suma 50.000 visitantes anuales, mayormente pasajeros de cruceros que recorren el Atlántico Sur. Asimismo, se debería incrementar la presión sobre aquellas embarcaciones munidas de licencias de pesca expedidas en las Malvinas. En cuanto al aspecto militar, los medios navales y aéreos argentinos deberían ser inteligentemente empleados en una política de provocación, ingresando en forma constante y fugaz al área ilegalmente impuesta por Gran Bretaña en torno al archipiélago pero evitando al mismo tiempo todo choque con fuerzas británicas. El objetivo de dicha táctica sería someter a las tropas de ocupación inglesas a una constante guerra de nervios, obligándolas a mantenerse en alerta ininterrumpida e incrementar sus efectivos. No debe permitirse que los soldados británicos en las Malvinas vivan como hasta hoy en la ilusión de un exilio dorado en medio de simpáticos pingüinos: muy por el contrario, deben vivir con la sensación de hallarse en unas islas olvidadas de la mano de Dios y situadas a 12.000 km de su patria pero a apenas 700 km de un país hostil que en el momento menos pensado puede descargar un zarpazo.
Tal estrategia se vería decisivamente reforzada por el desarrollo o adquisición de un misil táctico de mediano alcance similar al malogrado Cóndor II, que con su alcance teórico de 1.000 km y su ojiva de 500 kg era una seria amenaza para las islas. No se pretende aquí alentar una onerosa carrera armamentística o regodearse ante la idea de borrar del mapa a Puerto Stanley (por más tentadora que resulte la segunda perspectiva), pero desde un punto de vista estrictamente pragmático hay que admitir que dicha arma fue la única carta de peso de la que ha dispuesto Argentina con posterioridad al conflicto: la cancelación del proyecto en 1993 por parte del gobierno de Carlos Menem, cediendo a la presión de Estados Unidos, fue un grosero error, ya que ni siquiera fue negociada con habilidad a cambio de concesiones sustanciales por parte de Gran Bretaña. No en vano el Cóndor II desveló durante años al gobierno inglés: por ejemplo, en el hipotético caso de una invasión un goteo regular de misiles sobre Mount Pleasant durante el crucial intervalo comprendido entre la partida de la flota argentina de sus bases y el desembarco en las playas malvinenses impediría o jaquearía decisivamente el puente aéreo entre las Malvinas y Gran Bretaña. Incluso la mera existencia de tal arma obligaría automáticamente a Inglaterra a mantener una guarnición considerablemente mayor que la actual, lo cual demandaría un monto superior a los 150 millones de dólares anuales destinados hoy a tal fin.
Pero obviamente no basta hacerles la vida imposible a los kelpers. Más importante aún, Argentina debe al mismo tiempo demostrar que es un país previsible, confiable y con un grado razonable de bienestar, entre otras cosas porque ello sería condición esencial para disipar los reparos de la corona británica a desprenderse eventualmente a algunos de sus súbditos menos valiosos y colocarlos bajo la soberanía de nuestro país. Obviamente estamos hablando de un proceso que se extendería por décadas y que demandaría dosis considerables de habilidad y paciencia: sin embargo, se trata de una causa justa en la cual Argentina no tiene nada que perder por la sencilla razón que el territorio en cuestión ya se halla en manos enemigas. Con las negociaciones estancadas como lo están actualmente, sólo una firme presión diplomática y militar, conducida de forma responsable y consecuente, parece tener alguna posibilidad de éxito: y ello parece una mejor alternativa que la actitud del actual gobierno de quedarse de brazos cruzados mientras que se somete a las armas de la República a una grotesca doctrina estratégica completamente enajenada de la realidad.

sábado, 7 de noviembre de 2009

SANGUINETTI RELOADED (Febrero de 2009)

“La cuestión es el fanatismo”
Por Julio María Sanguinetti (y comentado por un servidor)

“La historia es larga. Hace 60 años, en 1948, las Naciones Unidas, aun bajo el impacto de la Segunda Guerra Mundial y del horror del Holocausto, vivieron el milagro de que los Estados Unidos y la Unión Soviética coincidieran en resolver la cuestión judía por medio de la creación de un Estado en el viejo hogar territorial de sus ancestros".
“En la misma resolución se configuraba un Estado árabe, para reunir a los habitantes de ese origen en la vieja Palestina. Se terminaba, de esa manera, el mandato británico sobre la región y nacían dos Estados independientes. Jerusalén, la mítica ciudad, quedaba dividida en dos partes".
“Desgraciadamente, los Estados árabes no aceptaron la existencia de Israel, y desde el primer día comenzaron la guerra".

Los árabes no aceptaron la Resolución 181 por la sencilla razón que la misma constituía una flagrante injusticia, asignando el 56% del territorio de Palestina a los judíos (a pesar de que éstos sólo sumaban un tercio de la población y poseían legalmente apenas el 5,8 % de la tierra) y negándose por motivos obvios a someter tal arbitraria iniciativa a un plebiscito entre la población local.
Además, no fueron los árabes quienes “comenzaron la guerra”: ya el 11 de diciembre de 1947 (es decir, cinco meses antes del estallido oficial del conflicto) las milicias judías iniciaron con la masacre de Tirat Haifa una despiadada limpieza étnica de Palestina. Antes del 15 de mayo de 1948 ni un solo soldado regular árabe ingresó a Palestina, a pesar de que para entonces más de 200 aldeas palestinas habían sido ocupadas y un cuarto de millón de personas deportadas.

“El naciente Estado judío, por entonces débil en lo militar y pobre económicamente, sobrevivió con la conducción profética de Ben Gurión y a partir de allí, ladrillo tras ladrillo, construyó un país próspero y también la única democracia de la región".

¿“Única democracia de la región”? Una democracia no consiste solamente en un mero sistema electoral y parlamentario: infinitamente más importante es el respeto a los derechos civiles y humanos. Y obviamente ello no es el caso de un Estado donde a gran parte de la población se le niega la nacionalidad y se la despoja de sus tierras mediante “colonos” (léase pistoleros) importados de la ex-Unión Soviética, donde la tortura en los interrogatorios es permitida tácitamente (hasta hace pocos años en forma oficial bajo el eufemismo “presión física moderada”), donde una persona puede ser secuestrada de sus hogar y mantenida en prisión durante años sin proceso alguno…
Por lo demás: si la mayoría de los vecinos de Israel tampoco son democracias ello obedece simplemente a que los citados déspotas (Egipto, Arabia Saudita, etc.) son funcionales a los intereses del eje Washington-Londres-Tel Aviv. Tal como lo expresó Roosevelt: “Somoza is a son of bitch, but he is OUR son of bitch”.

“Desgraciadamente, Israel no ha tenido, desde aquellos lejanos días, ni siquiera una noche de sosiego. Seis guerras convencionales y dos "guerras santas" (intifadas) marcan una situación bélica apenas interrumpida por intervalos de tregua y renovadas aspiraciones de paz".

De las “seis guerras convencionales” TODAS (con la única excepción del conflicto de 1973) fueron iniciadas por Israel, y en las dos últimas (sendas invasiones del Líbano) las bombardeos israelíes produjeron miles de víctimas civiles. En cuanto a las dos Intifadas, la primera estuvo protagonizada por jóvenes apedreando tanques y la segunda se saldó con una cantidad de muertos palestinos tres veces superior a la de víctimas israelíes… así que si Israel no ha tenido “ni siquiera una noche de sosiego” es evidente que ello sólo puede atribuirse a una peculiar adicción al insomnio…

“Como es obvio, ese fundamentalismo, que emplea el terrorismo como método, con un total desprecio de la vida humana, la de los propios y las de los ajenos, mantiene la desaparición de Israel en la condición de objetivo de honor. Y allí permanece el núcleo del conflicto".

Al final de la Primera Guerra Mundial el fundamentalismo islámico se hallaba agonizante, tal como lo evidenció el éxito de las reformas laicistas introducidas por Mustafa Kemal en Turquía. Fue justamente la invención del Estado judío y su secuela de injusticias lo que dio (y sigue dando) pasto al fanatismo musulmán. Dicho de otra manera: el fundamentalismo islámico contemporáneo es simplemente un producto del fundamentalismo sionista.

“La cuestión es que al que pacta del lado musulmán se le opone, invariablemente, una contestación más radical, engendrada en las escuelas de fanatismo. Pensemos en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), organización terrorista conducida por Yasser Arafat, que terminó, muchos años más tarde, como fuerza apaciguadora y perdió su peso político. ¿Qué le pasó últimamente al movimiento Al Fatah? Intentó acordar la paz con los israelíes y les salieron al cruce Hezbollah y Hamas".

Recordemos (ya que el Sr. Sanguinetti aparentemente padece de amnesia selectiva) que fue precisamente el ninguneo de Al Fatah a manos de Israel lo que favoreció el avance de elementos radicales como Hamas. También señalemos cuán groseramente fue atropellada la voluntad del pueblo palestino en 2006. Cuando Hamas derrotó en elecciones limpias a Al Fatah, Israel (apoyado por sus socios, Estados Unidos y Europa) se negó a aceptar el resultado alegando que “no negociaba con terroristas”: cínico argumento teniendo en cuenta que (tal como lo recordó recientemente Sir Gerald Kaufman en la Cámara de los Comunes) Israel es el resultado del terrorismo sionista. Citemos solamente a las agrupaciones Irgun, Lehi y “Pandilla Stern”, entre cuyos crímenes se contó el atentado contra el hotel King David de Jerusalén (22 de julio de 1946) y la masacre de Deir Yassin (9 de abril de 1948), crímenes que se saldaron con decenas de víctimas.
Ante semejante burla, ¿cómo pretende Occidente que el mundo musulmán valore la democracia cuando la misma es impuesta a base de bombardeos (Irak y Afganistán) o se desconoce con el mayor descaro el veredicto de las urnas si el mismo no conviene a los intereses de Israel?

“No falta sustento al razonamiento de que una invasión como la israelí a Gaza, circunstancialmente, estimula los radicalismos. Es la perversa lógica en la que nos introduce el fanatismo, que obliga a Israel a hacer lo que no quiere".
“Hace cuatro años, Israel devolvió ese territorio a cambio de una tregua que esperaba que fuera duradera. ¿Cuál otra podría ser la lógica? Esa es la verdadera cuestión. Se ha visto ya que el diálogo es inviable o muy frágil".

Uno no sabe si atribuir semejantes afirmaciones a ignorancia o cinismo. Más allá de que el Sr. Sanguinetti obviamente desconoce la diferencia existente entre un cohete y un misil, invierte burdamente causa y consecuencia: el goteo de cohetes caseros es una reacción desesperada ante el bloqueo ilegal e inhumano impuesto por Israel contra la Franja de Gaza, y que no fue aliviado ni siquiera durante la tregua acordada entre el Estado sionista y Hamás a partir de junio de 2008. Y ciertamente no fue la agrupación islamista (tal como declararon mendazmente la mayoría de los medios occidentales) sino Israel quien violó dicha tregua matando una docena de milicianos palestinos el 4 de noviembre pasado, aprovechando que la atención mundial se concentraba en las elecciones presidenciales de Estados Unidos: así la Sra. Livni se aseguró su “splendid little war” a modo de sangrienta campaña electoral para demostrar su capacidad de ser tan brutal como sus rivales masculinos.

“La vía más serena sería continuar esperando, con el riesgo obvio de que el movimiento terrorista continúe en su acción de disparar misiles y logre instalar los de largo alcance, provistos por Irán".
“Si sucediera esto, se impondría en la región algo todavía mucho más penoso: una guerra generalizada, con más muertos y más sangre".

Más allá de lo inverosímil del escenario apocalítico pintado por el Sr. Sanguinetti, su razonamiento no sólo desprende un desagradable tufillo a “el fin justifica los medios” sino que además es de una grotesca inmoralidad. ¿Debemos entender que el único medio de evitar “más muertos y más sangre” consiste precisamente en matar?

“Siempre es terrible ver los resultados de una acción militar, y allí están los grabados de Goya para inmortalizar el dolor. Pero está fuera de la realidad quien no admite que son los fanáticos los que producen el sacrificio de la población civil, incluidos los niños, porque esa es su estrategia".
“Se vio claramente en el Líbano y se advirtió también ahora en Gaza. Es más: el Estado de Israel montó un sistema inédito para advertir del objetivo de un ataque y dar tiempo para que salieran las posibles víctimas. Lejos de tener respuesta, los fundamentalistas convocan a más gente para llevarla a la muerte. Eso también se ha visto en televisión y sacude cualquier sensibilidad".

El presunto uso de niños como “escudos humanos” es un clásico de la propaganda sionista a la hora de pretender justificar cínicamente el terrorífico número de víctimas inocentes. Tal falacia ya fue desenmascarada en 2006 por la organización Humans Rights Watch tras la sangrienta (e ignominiosa) invasión del Líbano en su informe Fatal Strikes: Israel’s Indiscriminate Attacks Against Civilians in Lebanon. Según dicho documento, no se pudo constatar ni un solo caso de uso de civiles como “escudos humanos” por parte de Hisbolá; asimismo, quedó revelado que ninguna de las víctimas fatales se hallaba en cercanías de concentraciones de efectivos o armas de la citada milicia.
En cuanto a la presunta “sensibilidad” del Sr. Sanguinetti, evidentemente está exclusivamente reservada para Israel. De otro modo no puede explicarse su silencio ante la aberración que supone un conflicto donde de un lado mueren 13 personas (4 por “fuego amigo”) y del otro 1.330 (437 de ellas niños). Eso no es una guerra, es lisa y llanamente una masacre; y por añadidura complementada con atrocidades tales como disparar granadas de 155 mm con submunición con fósforo blanco (sustancia que provoca espantosas quemaduras que llegan hasta el hueso) contra una escuela de la ONU repleta de criaturas aterrorizadas…

CONCLUSIÓN: El Sr. Sanguinetti (digno especimen del sionista cristiano, tan abundante entre los protestantes norteamericanos y tan afortunadamente escaso en nuestras latitudes) presenta al fanatismo actual como patrimonio exclusivo de los árabes. Así, resulta significativo que un artículo titulado “La cuestión es el fanatismo” no haga mención alguna al demagogo racista Avigdor Lieberman, ex-patovica moldavo fundador del partido “Israel Nuestro Hogar”. Un político que declara que “cuando se produce una contradicción entre valores democráticos y judíos, los valores judíos y sionistas son más importantes”… ¿constituye acaso un ejemplo edificante de la tan cacareada “única democracia de la región”? Un sujeto que propuso seriamente arrojar la bomba atómica sobre Gaza y ejecutar a aquellos parlamentarios del Knesset que negociaran con los palestinos… ¿no es acaso un fanático de la peor calaña? Tal sugerente omisión revela la intrínseca endeblez de la argumentación del Sr. Sanguinetti, cuyo principal problema no es tanto realizar afirmaciones falaces sino limitarse a contar sólo una pequeña parte de la verdad: procedimiento que, como bien es sabido, es una de las maneras más usuales de mentir…

martes, 27 de octubre de 2009

LA RESURRECCIÓN DEL IMPERIO MACACUNO


Fue aparentemente el mariscal Francisco Solano López, presidente de Paraguay, quien acuñó el término macacos (“monos” en portugués) para aludir al emperador brasileño Pedro II y sus súbditos durante la Guerra de la Triple Alianza. De tan poco halagüeño apodo derivó el adjetivo “macacuno”, que los periódicos de campaña guaraníes Cabichuí y El Centinela aplicaron mayormente a aquel imperio de opereta donde una aristocracia advenediza era mantenida por el esfuerzo de dos millones de esclavos y que recién desaparecería en 1889, al año siguiente de la abolición de la esclavitud.
De un tiempo a esta parte han comenzado a surgir indicios de lo que podría ser interpretado como un intento de Luiz Inácio da Silva (ex-gremialista metalúrgico hoy embutido en trajes Armani) de revivir el extinto imperio. Todo comenzó en 2007 con el hallazgo de ingentes yacimientos petrolíferos situados frente a la costa brasileña, cuya explotación aparentemente convertiría a Brasil en un exportador mundial de petróleo. Tal noticia, indudablemente de enorme importancia y digna de ser celebrada, ha sido sin embargo el catalizador para una serie de llamativas medidas políticas que sugieren una campaña de marketing a fin de instalar el slogan “Brasil potencia”, con el petróleo y la soja jugando hoy el rol estratégico que tuvieran el caucho y el café durante el reinado de Pedro II. Huelga decir que nada más lógico y legítimo que la satisfacción por los logros nacionales: pero uno no puede dejar de señalar que, mientras que un país como Chile ha logrado en las últimas décadas un notable crecimiento económico sin necesidad de anunciarlo con bombos y platillos, por el contrario la actual campaña del gobierno brasileño despide un penetrante tufillo a soberbia neoimperial.

La primera de las medidas mencionadas fue la serie de acuerdos armamentísticos firmados entre los gobiernos brasileño y francés. Dichos contratos alcanzan la exorbitante cifra de 12.000 millones de dólares y establecen la adquisición por parte de Brasil de cinco submarinos (uno de ellos de propulsión nuclear) y medio centenar de helicópteros, a lo cual posiblemente se sumará la compra de 36 cazas Dassault Rafale. La justificación de tal escalada es oficialmente la defensa de las riquezas naturales de Brasil, pero innegablemente tal medida afecta gravemente el equilibrio militar del Cono Sur: a pesar de ello, y fiel a su política errática, el actual gobierno argentino (que protestara ante Inglaterra por el mero reemplazo de los cuatro aviones Tornado desplegados en las Malvinas por otros tantos Eurofigter Typhoon) ha asistido a tal intimidante anuncio sin atinar siquiera a chistar…
Las exitosas postulaciones de Brasil para el Campeonato Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 no son ajenas al fenómeno de marketing que hemos mencionado. Nada en contra del deporte, pero sería ingenuo pasar por alto el elevado valor propagandístico de tales eventos, lo cual les ha atraído el interés de distintos regímenes autoritarios a lo largo de la historia: citemos solamente los Mundiales en Italia (1934 y 1938) y Argentina (1978), así como los Juegos Olímpicos de Berlín (1936), Moscú (1980) y Pekín (2008). En ese sentido, parece evidente que la doble postulación 2014-2016 de Brasil va mas allá de lo meramente deportivo y constituye innegablemente un sonoro golpe propagandístico.

Otra polémica medida política ha sido la decisión de alojar en la embajada brasileña de Tegucigalpa al ex-presidente Manuel Zelaya, un personaje cuando menos tan controvertido como Roberto Micheletti, su sucesor de facto. Obviamente toda ruptura de la continuidad democrática es injustificable, más allá del atropello anticonstitucional tentado por Zelaya: pero hay que señalar que el asilo político otorgado por la sede diplomática brasileña es atípico, pues el huésped en cuestión no se hallaba en Honduras -donde su vida podría haber peligrado- sino en el exterior, abandonando así dicha seguridad para montar (escoltado por un cortejo de 40 personas) en el "santuario" de una embajada extranjera una base de operaciones políticas (convocando por ejemplo a manifestaciones en su apoyo). Tal llamativa maniobra obviamente sólo ha podido tener lugar con la aprobación del gobierno de Brasilia y sugiere un oportunista intento del Sr. Silva de forzar una solución de la crisis en Honduras y cosechar así un éxito diplomático. Otra de las cuestionables medidas de la diplomacia pragmáticamente amoral de Itamaraty fue la recepción brindada por Silva al político israelí Avigdor Lieberman, dispensándole así a tal demagogo racista una reverencia que le fuera negada incluso por Merkel y Sarkozy…
Finalmente mencionemos la persistente pretensión de Brasil de obtener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Parece necesario recalcar cuán inmoral es la supervivencia de dicho favoritismo: por un lado se declara que la ONU es una entidad donde rige la igualdad entre todas las naciones del planeta, pero al mismo tiempo cinco países gozan de una desvergonzada preeminencia gracias a su condición de vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Resulta evidente que la corrección de semejante injusticia no pasa por la mera ampliación del número de miembros permanentes del Consejo de Seguridad (tal como lo pretenden, en interés propio, países como Alemania, Japón, India y Brasil) sino estrictamente por la abolición de la arbitrariedad que implica tal privilegio. Los defensores del sistema actual argumentan que no se puede otorgar la misma importancia a países de poderío tan disímil como Estados Unidos y Haití: uno sólo puede replicar que, en ese caso, no hemos avanzado mucho desde los días del imperio romano y que en consecuencia la ONU constituye una mera farsa que sólo merece ser suprimida…

Resulta paradójico constatar que esta campaña propagandística se desarrolla mientras que el gobierno brasileño continúa evidenciando graves asignaturas pendientes en lo social. Las tasas de mortalidad infantil y analfabetismo siguen siendo preocupantemente elevadas (esta última alcanza casi el 10%), el producto bruto per cápita de Brasil es un tercio inferior al de Argentina (en materia de desigualdad de ingresos, Brasil tiene el dudoso honor de ocupar el 7° lugar mundial, sólo superado por Namibia, Bolivia, las Comoras, Colombia, Haití y Panamá), el publicitado programa “Fome Zero” no ha logrado cumplir todos sus objetivos (salvo que se considere como uno de ellos el hecho de que el 40% de la población adulta padece de obesidad) y la delincuencia en las grandes ciudades muestra rasgos alarmantes: aún persiste en la memoria la terrorífica ola de violencia que entre mayo y agosto de 2006 sacudió São Paulo, protagonizada por bandas criminales (mayormente contra edificios públicos, estaciones de policía, unidades de transporte urbano, bancos y gasolineras) y que se saldó con casi 200 muertos, a lo cual se han sumado recientemente las decenas de víctimas de enfrentamientos entre narcotraficantes en las favelas de Río de Janeiro.
En resumen: ni la innegable fortaleza de Brasil es un logro súbito y exclusivo del Sr. Silva (ya en 1822, al independizarse de Portugal, Brasil gozaba de una envidiable estabilidad política y económica, y la declaración de guerra al Eje en 1942 cediendo a la presión de EE.UU. aseguró a Brasil un trato preferencial por parte de dicha potencia mientras que Argentina sería sancionada por mantenerse neutral prácticamente hasta el final del conflicto) ni tampoco el hallazgo de yacimientos situados a miles de metros de profundidad basta para solucionar instantáneamente todos los problemas de un país. A pesar de ello, el frenético marketing actual logra opacar la faz amable de Brasil -su paisaje, su gente, su música- a favor de otra, desfasada y ominosa: a ciento veinte años de su desaparición, el espíritu del “imperio macacuno” parece revolotear nuevamente sobre Brasil…

lunes, 26 de octubre de 2009

GALTIERI SE REENCARNA EN ATÚN PARA ENVENENAR ARTISTA CORDOBÉS

CÓRDOBA (Télam).- Un artista local (calificado indistintamente como actor, ex director de un museo de pintura e incluso músico) fue víctima de un insólito atentado protagonizado por el fallecido dictador Leopoldo Fortunato Galtieri. En el curso de las diecisiete entrevistas que concedió a este prestigioso matutino desinteresadamente y a pedido propio, Gonzalo Piffiarella (tal el nombre del damnificado) efectuó un estremecedor relato de su increíble experiencia.
La relación entre ambos sujetos era de antigua data. El artista cordobés estaba al tanto del tenebroso pasado de Galtieri, mientras que ex presidente de facto había oído algunas de las composiciones de Piffiarella: tal como lo sintetizó el locutor santafecino Marcos Mundstock, “ambos estaban indignadísimos”.
Al fallecer hace algunos años Galtieri, el artista creyó hallarse definitivamente a salvo de su rival, ignorando que poco antes de morir éste se había convertido al hinduísmo y consecuentemente reencarnado en forma de atún.


Galtieri antes y después de su sorprendente metamorfosis

Así, durante una de sus habituales excursiones de pesca a la laguna Mar Chiquita, considerable fue la sorpresa de Piffiarella al descubrir atrapado en su medio mundo un atún de 9 kg. Pasando incautamente por alto que tal especie ictícola es más bien inusual en los cursos de agua de la provincia de Córdoba, Piffiarella se dispuso a degustar su captura.


Piffiarella sonríe ufano junto con el atún, ignorando aún el terrible destino que le espera

Aunque Piffiarella declararía no haber prácticamente probado bocado (“yo sólo comí un trocito”, diría compungido), evidencia circunstancial sugiere que el pescado fue engullido íntegramente, incluyendo espinazo y aletas. Poco después Piffiarella fue asaltado por una urgente e irrefrenable necesidad de dirigirse a la habitación más pequeña de su casa: el maquiavélico plan de Galtieri había dado resultado.


Utensilio doméstico que alivió considerablemente a Piffiarella tras el atentado: obsérvese el simpático motivo que lo adorna

Si bien la víctima logró a duras penas sobrevivir a tan traumática experiencia, persiste el temor que Galtieri se reencarne nuevamente a fin de atentar contra la vida de Piffiarella. Se solicita a la ciudadanía que, en caso de descubrir una especie animal sospechosa (incluso gliptodontes y ornitorrincos), no dude en dar aviso a la policía a fin de salvaguardar la integridad física de uno de los más excelsos artistas de La Docta.